Fuego, cerámica y un peculiar diseño que potencia sus excelentes prestaciones son los rasgos diferenciales de los kamados frente a otro tipo de instrumentos de cocina. La afortunada conjunción de dichos factores, que constituyen la clave de su éxito y su versatilidad, requirió de un largo camino que nos lleva a remontarnos a los orígenes del hombre para rastrear la historia de estos fantásticos hornos de carbón y de los elementos que hicieron posible su invención.
El primero de ellos en irrumpir en escena va a ser el fuego. Los últimos estudios en el campo de la paleoantropología sitúan su descubrimiento por el Homo erectus hace alrededor de 790.000 años. Un hallazgo que tendría enormes consecuencias para la evolución gracias al dominio de este elemento y que, entre otras cosas, proporcionó a nuestros remotos ancestros una fuente de luz y calor, un medio de defensa frente a los depredadores y permitió la preparación de los alimentos antes de su consumo, una novedad esta última que afectaría favorablemente a la salud de estos homínidos teniendo en cuenta que, más allá de otras consideraciones, la ingesta de carne, pescado o vegetales crudos, además de favorecer la existencia de microorganismos patógenos causantes de enfermedades, requiere de una mayor cantidad de tiempo y un mayor gasto de energía para su digestión frente a los alimentos cocinados.
En este breve relato de los antecedentes que posibilitaron la invención del kamado, un segundo momento crucial podría situarse en el Neolítico, momento en el que el hombre pasa de llevar una vida nómada como cazador-recolector a asentarse en núcleos de población estables gracias al nacimiento de la agricultura y la ganadería, que generarán excedentes alimentarios y harán necesaria la invención de la cerámica y, con ella, el desarrollo de recipientes elaborados con barro cocido que serán utilizados para el almacenaje y conservación de los citados remanentes y para la propia cocción de los mismos.
A partir de estos dos grandes descubrimientos, el ser humano ha ido perfeccionando los sistemas de cocinado e inventado diferentes recipientes y útiles destinados a esta labor hasta convertirla en todo un arte en el que se cuida hasta el más mínimo detalle en la elaboración y la presentación de los alimentos, una actividad compleja que se enseña en universidades y centros docentes especializados abarcando un amplio espectro de materias relacionadas con la cocina y la nutrición y, sobre todo, un acto que va más allá de la simple ingesta y trasciende la mera necesidad de alimentarse para convertirse en uno de los grandes placeres que endulzan nuestra existencia.
Pero para la materialización de los kamados y su desarrollo hasta convertirse en lo que son hoy en día aún faltaba por aparecer el tercero de los factores que hemos apuntado al inicio de esta breve disertación: el peculiar diseño ovoide que los hace tan especiales por las posibilidades culinarias que ofrece. En este sentido, no resulta fácil determinar con precisión el momento en el que aparecen los primeros antepasados del kamado, pero todo hace indicar que, si bien existen evidencias arqueológicas del uso de vasijas circulares de arcilla para la cocción de los alimentos en diferentes culturas y momentos históricos, caso del conocido tandoor indio, uno de los parientes cercanos del kamado, la aparición de los primeros precursores directos de los actuales kamados tendría lugar en China hace unos 3.000 años. En este incipiente imperio evolucionarían los kamados durante la dinastía Qin, que gobernaría China entre los años 221 y 206 a.C., y de ahí pasarían a Japón hacia el año 300 de nuestra era bajo la forma del “mushikamado”, un dispositivo consistente en una olla redonda de barro dotada de una tapa abovedada del mismo material que se alimentaba con carbón e incorporaba una compuerta de tiro para avivar o apagar el fuego a voluntad y, consecuentemente, para disfrutar de un mejor control de la temperatura. Pese a su enorme potencial, estos primeros kamados eran utilizados preferentemente para la vaporización del arroz y parece ser que su uso tenía en muchas ocasiones un carácter ceremonial.
Poco cambiaron los kamados durante siglos. Quizá alguna variación puntual buscando alguna funcionalidad específica que no se materializó en cambios permanentes en su diseño. No hubo, pues, una evolución propiamente dicha durante cientos de años, y su finalidad y funcionalidad permanecieron inalteradas.
Con estos precedentes, la historia del kamado moderno comienza a forjarse a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que las tropas estadounidenses destinadas en Japón entran en contacto con la cultura japonesa y se sienten cautivadas por determinados útiles típicos de la misma como las espadas samurái y, cómo no, teniendo en cuenta la enorme afición de los ciudadanos de ese país por la cocina al aire libre, los mushikamado. Esta fascinación hará que, en un primer momento, los citados soldados se lleven consigo, a su vuelta a los Estados Unidos, un buen número de kamados de fabricación japonesa y que, más adelante, siendo conscientes de las innumerables ventajas que éstos ofrecían frente a las parrillas de metal y las barbacoas de gas existentes en la época, algunos visionarios decidan empezar a importarlos desde Japón para venderlos en su país. Con esta semilla fuertemente arraigada y un creciente éxito en el mercado, el siguiente y definitivo paso era inevitable: el lanzamiento y comercialización de kamados de producción propia.
Comienza así una nueva era de este tipo de barbacoa, en las últimas décadas del siglo pasado, en la que irán surgiendo diversas marcas estadounidenses dedicadas a la fabricación y venta de kamados y, aunque en menor número y en tiempos más recientes, también de otros países occidentales. Unos y otros han favorecido enormemente su expansión por todo el mundo y han ido introduciendo diferentes mejoras respecto al kamado tradicional, como la introducción de nuevos materiales, entre los que destaca la sustitución del barro por compuestos cerámicos más eficaces y resistentes, o la creación de innumerables patentes referidas a su diseño, hasta convertir al kamado en lo que es hoy en día: un instrumento de cocina sumamente versátil que permite asar, guisar, hornear, ahumar, tostar… todo tipo de alimentos, que requiere mucho menos combustible para su funcionamiento que otro tipo de hornos o parrillas y que ofrece unos resultados inigualables en cuanto a sabor, jugosidad y textura.
Es en nuestros días cuando este tipo de cocina está teniendo su máximo esplendor. Su expansión está siendo vertiginosa en todo el mundo, apareciendo nuevas marcas que se venden en cada vez más países y es utilizado cada vez más tanto por particulares como, y sobre todo, por grandes chefs que desean ofrecer a sus clientes el mejor producto terminado. El futuro de la cocina hecho presente.